Bueno, todo el mundo tiene su blog y yo sigo con el papel y la birome (que después de la devaluación ya ni es Bic)así que he decidido no quedarme atrás y dejar de arrugar las hojas

lunes, 31 de diciembre de 2007

¿O sea que ahora me voy a morir una hora antes? ¡Que la Kirchner me devuelva mi hora! No, en serio, es una burrada que en verano tengamos que ir a dormir a las 3 de la mañana. Más en tuculandia que a la única hora en la que es soportable andar por la calle es por la noche. Una crueldad esto. Ahora Josecito debe estar feliz porque los jóvenes vamos a tener menos tiempo todavía para alcoholizarnos y drogarnos. Ay esta juventud descarriada.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Un momento de lucidez y valentía etílica puede costar días y días de arrepentimiento. Pero no, yo le voy a poner el pecho a las balas, me voy a hacer cargo del mensaje que mandé, me voy a bancar las consecuencias y que se funda.

Aunque que celular de porquería. Los celulares deberían tener una opción para detener sobre la marcha el envio de mensajes. O qué, quién no se mandó un moco alguna vez y mandó un mensaje de texto bardero y cuando la fuckin pantallita decía "enviando mensaje" trató de detenerlo y nada. No queda más que esperar a que el aparatejo te diga "mensaje enviado". Un bajón que te puede costar pérdidas sentimentales jodidas.

Así que bueno, hace tres días que tengo celular de nuevo y ya me mandé chotocientas cagadas. Bah, en realidad sólo una, pero grossa. Ahora creo que voy a volver a estar incomunicada. Soy como un monito con gillete si tengo un celular a mano. ¿Por qué no pensé, por qué? Bueno, aunque en ese momento sí estaba segura de lo que escribía. Estaba muy segura de mi enojo y toda envalentonada y dispuesta a mandar a todo santo al diablo. Y juro que pedía que no se me pasara la bronca, que no se me fuera el enojo, que la furia me siguiera por la mañana. Pero no, mi petición no fue escuchada. Soy una blanda. Ya estoy resaquientamente arrepentida, por más que esa persona se haya moqueado antes, que sea mentirosa, que me trate tan bien, que me trate tan mal, aun a sabiendas de que no aprendí a vivir.
Y un tipito me mira bien
y ya busco que se ría
con sus anteojitos a lo Lennon
aunque él no sepa quién soy

Me olvidé el alma fisurada
en lo subterráneo de una canción
No le hice caso a Ernesto:
guardé la ternura en un cajón

No, no te confundas
aunque sea por inercia
aún escucho Bicicleta
todavía bailo rocanrol

Todavía visito el teatro mágico
que era el fondo de tu casa
donde con fogatas de pasto seco
encendíamos nuestra charla

Aspirabas líneas finas
de lisérgica melodía
las de cielos con diamantes
u hombres de ninguna parte

Con el fuego decía lo lindo que sería
estar confortablemente adormecida
Si antes todo dolía era porque creía
ahora las mentiras ya no me hacen sufrir

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Virulana Stone (la que NUNCA iba a usar flequillo)




Pensar que en junio escribí : "Que así como la Ire jamás podrá usar el pelo corto, yo no podré usar flequillo porque me quedaría como una virulana pegada en la frente. Y eso es un verdadero problema, porque además de tener las orejas como fitito con las puertas abiertas, tengo unos 6 dedos de frente (y no digo que adentro haya relleno). Para completarla, tengo frizzzzzzzz".

Increíble como un mal día puede tirar al carajo las convicciones de una (Bue...convicciones por decir algo).

Lagrimas, fernet, "¿che Botones, tenés una tijera?" y plum. De rompe y raje un tijeretazo mal dado, un "Kissi te estás cortando mucho", tarde... y listo, tengo flequillo.

Por suerte, contrariamente a lo que yo pensaba, los rulos no quedaron tan como virulana en mi frente e incluso sirven para que no se note mi poca experiencia como peluquera.

Y bueno, con el frizz...Sedal, qué le voy a hacer. Encima ahora sí me tengo que peinar todos los putos días.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Mi vieja nunca los escuchó...y no me puse a llorar (mami vs. Porco Rex)


Un CD con la cara del Indio en la tapa, con su envoltorio de plástico y toda la gilada podría haber alegrado mi domingo, definitivamente. Por la mañana llegué con "Porco Rex" (¿qué se traerá entre manos?) enguillado en la bolsita del Ateneo, desesperada por abrir el compact que me regalaron, alto valor sentimental -debe ser una de las mejores cosas esas de abrir un disco nuevo, ver las letras, abrir la compactera y darle play.
Iba yo contenta, por el segundo café con leche de la mañana, letras en mano, con el Indio cantando el quinto tema del disco, cuando mi santa madre vino a instalarse en donde estaba yo. Al principio me dije: "bueno, mantengamos la calma, mientras no hable mucho no es tan grave". Pero no, además de no quedarse callada se levantó y le bajó el volumen a dos-Shit!-.
Yo por esas alturas ya no sabía ni qué tema estaba girando.
Antipática como buen domingo, me quedé muda hasta que mi vieja -ya sonaba "Y mientras tanto el sol se muere", o sea que la venía aguantando cuatro temas- dijo: "y quiénes son estos". Ay Dio, si en ese momento me debería haber retirado, resignada a escuchar después el disco.
Cuando yo, emocionada, me quebraba con "Flight 956", la vieja hizo el intento: "ésa no está tan mal", largó. Pero el Indio la secó con " perdona mis actos de hampón", ¿cómo va a decir así?, que feo. Para qué hablar de cuando dice "siempre hay quilombito en un cielo de dos" -al margen, qué frase: ¡un nuevo tag para mi vida!
En fin, me arruinó el disco. Bueno, no lo arruinó, aunque ganas de pasarle un clavo por encima no le faltan. Pero arruinó la sensación...es como si te tiraran fernet en una remera blanca recién comprada que ni siquiera te pusiste.
Así que al final agarré al Porco y me fui a la casa de "la Flopy", ahí lo escuchamos como se debe, todos los rituales de por medio, comentamos cada tema: "sí, este es medio ricotero –para qué negar el pasado-, este no y qué buena frase, cómo lo explica de simple al asunto". Así que al final terminé el domingo con el álbum medianamente masticado.
En estos días la martiricé entre ramas desnudas y sopa de lágrimas; y la bruja de mi pobre y santa madre ya se resignó, aunque lo odia con ganas al librito rojo así que por las dudas no se lo dejo muy a mano...y por cansancio hasta lo escucha, aunque para la próxima una buena sería pasarle unos martinis y tafiroles...¿o alplaxes?

Todo bien con el Indio, pero OUCH OUCH OUCH

"Suele Pasarme...

olvido lo que importa más

y dados redondos tuercen mi chance"

"¿No ves que la eternidad mañana acaba?

¡y te vas!"

"Estoy tan cansado

que no tengo fuerzas para discturie

Es tan triste esta vez...que no puedo hablar"

"¿Amarte?¿es posible?

¿A quién tanto me lastima así?

Temor y dolor nos unen

no puedo pensar en algo peor"

"Yo no sé si pueda volver a encontrarte, amor

si Dios no me quiere en tu eternidad...

Mientras te quiero el sol se apaga

y si dios queda en nada o no existe

te amaré mucho más".

"vos siempre estás enamorada

de lo que intentas destruir

dejás la luz prendida para dormir..."

" a mi alrededor todos piensan que bromeo

y es encantador que pueda sentirme así".

"un ángel inútil flecó y nos erró!...

fue tan feliz y tan sombrío nuestro amor"

OUCH

viernes, 14 de septiembre de 2007

Abuelito dime tú

"Agüelo", escuchó. La palabra le dibujó una sonrisita maliciosa y le vino a la cabeza el tercer grado. ¡Qué bruja la señorita Estela!, daba miedo a veces. Y pensar que si ahora escuchase un “¡agüelo!” quizás se acordaría de ella. Porque, para que sepan, la palabra sí existe, o existía hace tiempo.
El asunto es que sí es o era una palabra, porque figuraba en el diccionario que es algo así como la Constitución del idioma.
En el tercer grado de ese colegio de monjas, una de las tareas para que casa consistía en búsqueda de palabras con sonidos difíciles (con “br”, “gr”, “gue”, “gui” y, obvio, con “güe”). Un día le pidieron cinco palabras con “güe.”. Justo cuando la alumna comenzaba a desesperarse, la tía María Luisa le sopló por lo bajo: “agüelo”. La nena puso cara de “la señorita me va a mandar al carajo”. La tía entendió y, antes de un pío, le alcanzó un mataburros encanecido y le señaló la palabra.
Sí, agüelo existía con todas las formalidades. Felicidad. La tía era una ídola. Ya estaba concluida la fuckin' tarea para la casa.
Al día siguiente, cuando la señorita pidió los cuadernos, la chiquita se acercó con su guardapolvo celeste, almidonado y descompuesto y dejó, orgullosa, el Rivadavia de tapas duras y azules.
Por fin le devolvieron la tarea, pero cuando lo abrió se encontró con un miserable “MB”. La palabra “agüelo” estaba tachada y arriba decía “ABUELO” (la lapicera frenó antes de que escribiera “¡bestia!”). Qué desilusión. Si no estaba mal lo de agüelo. Esa era una cruz roja sobre su orgullo.
Durante esa tarde, la señorita Estela (gran confiscadora de juguitos Cootam y de chicles) pidió a sus alumnos que por segunda vez hicieran la tarea de buscar palabras con “güe”.
La enana llegó a la casa de su papá con las cejas hundidas hacia abajo por la bronca. Su padre le preguntó qué le había pasado y ella estiró el cuaderno. “¡Cómo serás de burra!”, dijo el progenitor, “es abuelo, no agüelo”.
Ahí fue cuando, en plena batalla, la criatura desafió: “a ver, veamos en el diccionario”; mientras, rogaba que la palabra también estuviera en el diccionario de su viejo.
Por suerte la palabra de la discordia sí estaba, así que, por segunda vez, la puso en su tarea y además le contó a su maestra que la palabra figuraba en dos diccionarios, mas ésta no le creyó. Otra cruz sobre el orgullo.
La jornada escolar que siguió le trajo una sorpresa a la mocosa (término despectivo que los adultos usan para nombrar a las criaturitas insoportables). La silueta de un hombre conocido se dibujó detrás del vidrio de la puerta. Era la de su viejo que, como un héroe, interrumpió la tortura y le mostró a la señorita el cuaderno de tareas con un recorte de fotocopia pegado, en la que figuraba la palabra agüelo con su definición; y para ahuyentar toda duda, llevó el diccionario también.
Claro que la estudiante no escuchaba la conversación, pero cuando terminó la clase la maestra la llamó a su escritorio y le pidió disculpas por no creerle.
Con las disculpas aceptadas, la alumnita se fue con su palabra de diccionario y de pequeño triunfo, aunque siempre prefirió decir “abuelo”. (Agüelito dime tú).


(*Nota: la palabra “agüelo” no figura en la edición online de la Rae, pero sí en algún diccionario de quién sabe dónde).

lunes, 13 de agosto de 2007

Un bonito cuelgue

Qué loco que es cuando uno está hecho una piltrafa humana después de una ruptura sentimental y aparece alguien justo cuando uno estaba a punto de irse al mismísimo carajo. Es un golpe de suerte también, eso seguro.
Y si no es amor te conformás igual, puede ser, pero ¿por qué uno debería dejar de estar con una persona a la que no se ama locamente? (¿me estaré poniendo tecno?).
Sí, eso me puse a pensar justo cuando estaba a punto de caer y apareció ese tipo con el que una se puede quedar horas de horas hablando de música, tomando una birra y delirando de la vida, de películas, de música y demás frivolidades -o no tanto- de las que siempre se habla cuando hay una tregua con una misma.
Por ahí son como un milagro y resurrección esas personas. Y no, no es amor. Pero está bien igual. Qué hay más bonito que poder estar colgado con alguien mientras se sabe que nunca se lo va a perder porque no se lo tiene, porque no es novio, ni es el amor el amor de nuestra vida ni se proyecta la-casa el-perro el-árbol y los-hijos.
Es raro, porque en ese terreno de los cuelgues nunca sabe bien dónde se está parado; aunque pensando un poco más, por ahí eso es lo que está bueno. Que cuando uno se cuelga con otra persona no se espera; uno está precisamente colgado, sin ningún tipo de estabilidad porque la estabilidad, en estos casos, no importa. Y ahí, que te regalen un chocolate, que te manden un mensaje histeriqueando, que te llamen y todos esos gestos de cariño o de tener en cuenta al otro se vuelven un vuelto mal dado (cuando te dan de más, claro).
Ojo, todo lo anterior no implica que no haya afecto. Es sólo que uno tiene la lucidez de saber que no es más ni menos que eso: “un bonito cuelgue”.
Y no importa que no sea amor: a mí un vuelto mal dado me alegra el día.

(Me perdone Charly pero prefiero conformarme igual a estar a punto de caer).

viernes, 22 de junio de 2007

Despecho amoroso = a oposición política

Es increíble lo que una mente perezosa puede pensar cuando no quiere estudiar. Claro que el desvelo, cuatro cafiaspirinas plus –que tienen un 60% más de cafeína-y que sean las cuatro de la mañana, ayudan.
El asunto es que ayer le tocaba a quien escribe esto, estudiar acerca del marketing político y la campaña permanente que implica comunicación hasta cuando un partido pierde las elecciones (sí, ¡divertidísimo!). Lo curioso es que hay muchas similitudes entre el que pierde una votación y una mina despechada que fue abandonada por el novio .
Este tal Noguera (el autor del texto que me tuvo en vela toda una noche) explica las fases por las que pasa un perdedor (onda Bussi, Jerez, etc.); si se las aplica a situaciones amorosas, encajan como piezas de rompecabezas.
La primera fase que propone el soco este es la de la negación. Onda: “No, nos peleamos nada más, pero todavía me ama. El tipo no me puede dejar a mí después de tanto tiempo. Es re fuerte lo que tenemos, ya va a volver de rodillas”.
La fase número dos es la de la cólera –y ahí no hay tiempo ni amor-. Durante esta etapa una estalla, manda improperios para el fulano, para su madre y para sus futuros hijos, nietos, órganos sexuales, etc. Igual es una fase en la que uno se pone creativo y los insultos fluyen como agua (no cristalina, claro). Una está vital, con ganas de descargar energías a los gritos o con palos…en fin. De todas formas generalmente una no se descarga. Mantiene el orgullo y la sarta de barbaridades creativas queda entre los amigos de una, que además de consolarnos contribuyen a ponerle más adjetivos al mengano que nos dejó.
Después viene la depresión y el aislamiento. Cuando uno entra en esta fase ya se plantea un “por algo habrá sido. Algo debo haber hecho yo para que me deje”, y ahí la autoestima de una queda peor que la del Gremio ahora que perdió con Boca. Una no quiere salir, no quiere conocer a nadie, piensa que nadie se va a fijar en una y se agrega la sensación de que la persona que nos dejó era el amor de nuestra vida, que era lo mejor, lo más divertido, tierno, dulce y blabla. Y encima lo perdimos POR NUESTRA CULPA.
Finalmente está la negociación con la realidad. En esta última fase una ya está lista para salir al mundo, para conquistar nuevos amores, para que nos abandonen de nuevo o para…perder las elecciones (era sobre política la cosa).
“Este proceso de etapas sucesivas lleva un tiempo, y es muy poco aconsejable tratar de reprimirlo o de saltear etapas”, dicen mis apuntes.
Como verán, la política es bastante parecida al amor. El que miente bien gana; el que se queda callado, miente menos o es más honesto, pierde.
De todas formas creo que hay algunas fases que se pueden agregar, como la fase de la vergüenza en la que uno dice: “ay no, yo no puedo haber estado enamorada de ESO”. O la fase “seamos amigos que por ahí si nos pasamos de copas pasa algo”. Y años después creo que llegamos a estar preparados para decir: “vamos, tomemos un café, hacé un reconto de tu vida, que fuiste importante y te aprecio”, y todo con total honestidad.

Pd: si me clavan ya saben por qué es.

martes, 12 de junio de 2007

Me pasaron la bola (con lo que tengo que estudiar)

Bueno, esto es un juego. La invitación me la hizo la Ire, una de mis amigotas de las Hijas de la Vaca (una secta diablólica que planeaba hacer una banda de rock sin pisar pollitos pero que nunca concretó nada porque ninguna toca ni el triangulito y la única guitarra eléctrica que había fue vendida para ir a baires a buscar una pua de Charly García, aunque "hubiese sido mejor un cd", dijo Voldemort -chan-). El asunto es que el juego no podría haber llegado en mejor momento, porque yo también tengo que rendir, estoy hasta las bolas con todas las materias, acabo de tener el parcial de Religión IV y no sé cómo me habrá ido, pero me encomendé al Espiritu Santo. Ah, y me quedan por rendir otros 9 parciales.
En fin, acá van las reglas, yo igual no se las puedo mandar a 8 personas porque no tengo 8 amigos que tengan blog - mi generación no se puso tecno del todo, o quizás sean mis amigos-.

Las reglas:
1) Cada jugador cuenta 8 cosas sobre sí mismo.
2) Tiene que escribir en su blog las reglas.
3) Debe seleccionar 8 personas y escribir sus nombres o blog; sin olvidar de dejar un comentario en dicho blog para que tome conocimiento de que ha sido invitado a participar del juego.


Las ocho cosas de mí

1) Me di cuenta de que cuando estoy enojada mi capacidad para decir malas palabras e inventar insultos varios nace de la nada, pero cuando estoy tranquila no soy grosera. También me di cuenta de que soy muy hiriente cuando me enojo y después me arrepiento así que ya aprendí a contar hasta diez...aunque no siempre alcanza y termino por largar alguna barrabasada. En fin, una bardera soy.

2) Que me siento vieja con 22 años. Bueno, no vieja de la tercera edad, pero oigan : el domingo a la mañana llegué a la casa de la Botones con el diario bajo el brazo- y lo leí-. Si ese no es un signo de que estoy creciendo ¿qué es?. Además puedo agregar que por primera vez en años, para mi último cumpleaños terminé completamente sobria. ¡Ah! y que ya no me jode quedarme un sábado a la noche en la casita. Ouch...

3) Que así como la Ire jamás podrá usar el pelo corto, yo no podré usar flequillo porque me quedaría como una virulana pegada en la frente. Y eso es un verdadero problema, porque además de tener las orejas como fitito con las puertas abiertas, tengo unos 6 dedos de frente (y no digo que adentro haya relleno). Para completarla, tengo frizzzzzzzz.

4) Que soy una fucking adicta a la Coca Cola y es el único producto yanqui -bueno, los Simpsons también- sin el que no podría vivir. El mundo perfecto tendría ríos de cocucha y de fernet ( y andá a saber qué vegetación).

5) Que estoy embolada porque la carrera que estoy estudiando es una vergonhia. En realidad no es la carrera, sino el cuarto año. El asunto es que los primeros tres años te meten periodismo hasta por los agujeritos de la nariz y en cuarto año, de rompe y raje caés en la cuenta de que lo que estás estudiando no es periodismo, sino que es comunicación social, y eso implica tener que estudiar marketing, estrategias y cosas que ni se nombran durante los años anteriores. Ah, y si me preguntan, hasta ahora no sé muy bien qué carajo es la Comunicación Social. Además, eso de que los años de universidad son los mejores años en la vida de uno es una vil mentira inventada por no se qué nerd. Aunque ¿la Unsta es universidad? ah, sí.

6) Que soy una de las personas más paranoicas que conozco. Me persigo por cualquier cosa y hay días en los que creo que es el mundo contra mí. Ni hablar de cuando salgo de noche o de cuando tengo que cruzar la peatonal y los canas me miran de reojo. Pienso que me van a detener por portación de cara o algo así; igual ahora la piloteo un poco mejor que hace un tiempo. Además también soy una persona muy colgada y me agarran periodos de mutismo; sí, de golpe me quedo callada y no hablo más. Cuando estoy así probablemente estoy pensando en alguna cancioncita de Charly, de Pink Floyd, de Sumo; o me estoy dando manija con algo que dijo o hizo alguien( o en lo que alguien no dijo o hizo) , pero que a mí no me quedó muy claro y me martiriza porque podría ser algo grave; también puedo estar simplemente colgada, distraída y sin ganas de hablar. Igual eso me pasa desde chiquita, porque todavía me acuerdo de que a mi vieja le molestaba que me quedara muda y siempre me decía: " ¿en qué pensás? Una moneda por lo que estás pensando". Podría haber aprovechado para hacer negocio...

7)Extraño eso de sentarme en las escaleras de Correo a delirarme con la Ire, cuando hacíamos mucha filosofía barata con zapatillas de lona. También extraño todo por dos pesos con una pizza rock y una cocucha efervescente. Y el Juan B. Terán, y el 1 a 1. El secundario no lo extraño, pero extraño la joda de esa época.

8) Que por primera vez en... directamente por primera vez en mi vida, considero que tengo una relación medianamente saludable con una persona medianamente normal ¡y me gusta! Al final no era necesario meterse con un loco psicótico ezquizofrénico tailandés para pasarla bien. Nada de eso. Lo único que espero es que esta normalidad dure. (Ah, y me volví un poco cursi, otro ouch).

martes, 22 de mayo de 2007

De cómo manejar un bondi se volvió rentable (el curro de los colectiveros)


Viajar en interurbanos siempre fue algo molesto cuando el horario de uno coincide con el de muchas otras personas que están deseosas por volver al hogar. A esa hora nunca importa si uno tiene que aguantar como un atún adentro de esa lata que son los bondis. Algunas personas – y yo me incluyo-, prefieren caminar un poco hasta una parada donde no haya gente, cosa de poder encontrar un asiento e ir con la retaguardia apoyada sobre esos comodísimos bancos. Los choferes saben eso y, desde que el boleto cuesta $ 1,60, tienen la excusa perfecta para "hacerle el vuelto" a todos. Las cosa es así: el viajante viene con un billete de dos pesos, generalmente mal trecho y con olor a muchas manos y se lo entrega al colectivero. El chofer, a continuación, saca la frase del librito: "mamita, no tengo monedas, esperá que ya te voy a dar -y no aclaran qué-". También está la que es para el bolsillo del caballero: "macho, esperá que no tengo cambio". Ahí, el estafado pone su mejor cara de resignación y busca un asiento. Claro que si conoce de estas cuestiones, no elegirá un asiento de adelante, sino los del medio o los del último. Eso es porque siempre que uno elige uno de los primeros corre el riesgo de tener que ceder el lugar a una señora a punto de parir o, en su defecto, a un abuelo viejito, de esos que si uno tiene un pelo de humanidad no dejaría que viaje parado.
Cuando por fin uno elige un asiento y se acomoda lejos del chofer, las ideas empiezan a girar en la cabeza (el efecto "samba" del ómnibus ayuda) y se van lejísimos de los 40 centavos del vuelto. Después de media hora de viajar el almuerzo está organizado, el fin de semana resuelto y el mundo arreglado; de las cuatro moneditas de 10 nadie se acuerda.
Pero pasa algo raro cuando el recorrido está por terminar. Uno viene colgado en la grosería que leyó en la puerta de algún baño cuando de pronto se da cuenta de que faltan cinco metros para la parada donde uno debe bajar y, para colmo, hay que esquivar los otros atunes que están parados en el pasillo y que hacen difícil la llegada hasta el timbre que le avisa al chofer que tiene que parar.
Como los colectiveros son personas que viven apuradas, el distraído viajante baja rápido porque sospecha que si las patitas son lentas las puertas se cierran y ¡plum! una cuadra más o un alboroto en el pasillo del ómnibus.
Por fin, pies en tierra y ojos en billetera, uno se acuerda de las cuatro moneditas y de la madre del pobre chofer que también es distraído y se olvidó del vuelto. El viajero hace cuentas y piensa en el camino: "¡pucha, qué buen oficio es ser colectivero!".

jueves, 17 de mayo de 2007

Atardecer de un fin de semana no agitado


12.50. Alegría. Flor mira el reloj y sabe que su fin de semana recién comienza. Baja, como siempre, los escalones de dos en dos, pero a diferencia de los otros días de semana, recorre las escaleras con una sonrisa particular, una risita de día viernes.
Mientras camina con su novio hasta la parada del bondi, piensa en lo que harán el fin de semana. Cree que alguien va a reabrir La Zona (con otro nombre, claro, pero siempre es “La Zona”, que se reinventa), así que le dice a su compañero que podrían ir ahí. “¿Hay reggae, verdad?". Sí, hay reggae y los dos tienen ganas de bailar un poco. No lo piensan mucho y deciden encontrarse al día siguiente, a la hora de la fiesta.
Se despiden cuando llega el ómnibus, ella sube tarareando: “piensa siempre más y más/ será por el aburrimiento/ subte línea B/ y yo me alejo más del suelo/ yo me alejo más del cielo”, pero el colectivero no entiende que Sumo se reunió ni que Luca no se murió y la interrumpe para cobrarle el boleto. Después mira el pasillo (mira por lo que pagó) y se fija en los asientos con los forros de cuerina negra, gastada y rota; piensa que le harían falta algunos –muchos- retoques mientras elige el asiento menos feo, al último, al lado de la ventana. De todas formas, el estado de la catramina en la que viaja no le importa porque hoy es viernes y ningún colectivo destartalado podría cambiar eso. Llega a su casa y la comida se demora un poco. Aprovecha y sube para abandonar su cuaderno hasta el lunes bien tempranito.
Cuando baja hasta el comedor, su almuerzo está servida en su lugar; su hermano mellizo la espera y empiezan la pelea diaria por el control remoto. Llegan a un acuerdo: ven un canal de videos musicales. Después de comer, Flor decide aprovechar la siesta, salta a su cama y desacomoda el cubrecama. Prende el equipo de música que está al lado y escucha un disco de Los Redondos; busca “Un ángel para tu soledad” ( “es tan simple así/ no podés elegir/claro que no siempre ¿ves?/ Resulta bien”, piensa sobre lo que es enamorarse), lo escucha dos veces, se cansa de tanta filosofía barata y decide dormir.
Media hora después su amiga Verónica la despierta para tomar mate y conversar. Se quedan hasta tarde. Cuando se despiden, Flor va al videoclub. Tiene ganas de ver Cinema Paradiso, que es una de las películas que más le gustan; está la Naranja Mecánica también, pero Kubrick le parece muy violento para un viernes. “Mejor Toto y Alfredo”, dice en su soliloquio. En su casa pone el DVD y la música de Morricone hace que los pelitos de los brazos se le pongan de punta, termina de ver el film y le parece, como la primera vez que lo vio, algo genial. Después se va a dormir, cerca de las tres de la mañana.
El sábado empieza azul, tranquilo. Se levanta tarde, justo a la hora de almorzar (acaso un poco después, para no poner la mesa). Está de buen humor, busca cocucha efervescente y por suerte la encuentra, porque su hermano aún tiene los párpados pegados por la fiesta que tuvo la noche anterior. Piensa que hoy le ganó de mano y eso la divierte.
Luego busca en su pieza el libro que está leyendo. No lo encuentra en ningún lugar, hasta que decide arriesgarse a mirar debajo de su cama. Efectivamente, ahí está, entre medias sin pares y pelusas aparece “Ada o el ardor”, lee un ratito, pero se duerme.
Se levanta tarde y aturdida por tantas horas de sueño. Ve que la pantalla de su celular le avisa que tiene cinco llamadas perdidas. Se fija y son todas de su chico. Lo llama, le explica que había estado durmiendo y que por eso no contestó. Después de las disculpas arreglan para encontrarse en el centro. “¿Te parece bien a las 11.30 en la San Juan y Muñecas?”, propone Flor y su novio acepta. Se encuentran casi a la hora acordada –él llegó cinco minutos tarde, ella un poco más-. Caminan un rato por la peatonal, que hasta hace algunas horas era un hormiguero de gente empujándose entre sí, pero que ahora está tranquila, solitaria, sólo con un puesto de flores abierto y algunos perros que husmean en la basura; a ella le encanta caminar cuando esas callecitas están así, cuando la hora le echa Raid al hormiguero y lo vacía. Cuando se cansan del paseo, deciden comenzar la fiesta. Van despacito y de la mano hasta la calle San Juan al 700, pagan la entrada y recorren el patio que tantas veces los recibió en alguna fiesta. Adentro está tocando Gran Valor, ellos escuchan un cover de un tema de Marley y se mueven como todos, lentos y tranquilos. El calor hace que el novio de ella junte el valor para enfrentarse a esa fila eterna de gente que, como ellos, quiere calmar el calor con una cerveza bien fría. Odia esperar, pero por suerte los que se encargan de los vasos – llenos de espuma, siempre- son rápidos. En 15 minutos consigue las bebidas y puede volver con su chica que baila al ritmo jamaiquino. Toman rápido las bebidas y sienten un humo como familiar, así que deciden salir al patio. Conversan un poco y deciden entrar nuevamente al salón cuando El Barco del Abuelo comienza a tocar. Flor quiere otra cerveza y no le importa esperar; camina decidida hasta la fila y descubre entre las caras que están en la barra a un amigo. Le hace señas y en cinco minutos vuelve a estar con su chico.
La noche termina, por ley, a las 4 Am y, por hoy, deciden no poner “palos en la rueda” y volver temprano. Buscan un taxi y Flor vuelve a su casa, su chico la acompaña y luego él también regresa a su hogar.
Cuando empieza el domingo, los pájaros –sí señor, aunque usted no se fije, en la ciudad los pájaros también trinan- le dan su réquiem al buen humor que la chica con el pelo rojizo tenía anoche mientras bailaba reggae. Completamente conciente de que el domingo llegó –lo sabe por esa tristeza inexplicable e inexorable que la invade puntual cada “día del Señor”- piensa que le gustaría estar en otro lugar, en Madrid, en Paris o en Ginebra, aunque después piensa que hasta en Ginebra los domingos deben tristísimos, igual que en Tucumán.
Abre los ojos para ver el color del día y aprovecha para estirar la mano y prender un cigarrillo. Fuma y escucha música, “Just a perfect day” para empezar, pero sabe que este no va a ser un día perfecto y que eso de “un domingo sin tristezas” sólo puede pasar si uno hace “bang bang bang” y se transforma en una hoja seca que cae. La idea no le interesa por ahora así que se levanta de la cama. El pie derecho sobre la alformbra bordó, después el izquierdo, leugolevanta toda la osamenta sobre sus piernas. Baja despacio, no saluda. Su mamá la conoce, sabe que después de un rato se le va a pasar el mal humor. Busca el diario y lo lee callada, no tiene ganas de comentar ninguna noticia con nadie.
Su mamá le dice que van a ir a comer a la casa de un tío, pero ella le contesta que no quiere, que se queda en casa. “Vayan ustedes, yo voy a cocinar algo para mí”, dice para tranquilizar a la vieja. Toda la familia, salvo ella, parte hacia la casa del tío. Flor aprovecha y pone bien fuerte la música. No cocina nada, va al kiosco y compra unos triangulitos de ternera y queso. Después viene su amiga Verónica para tomar mate. Conversan y después llega el chico de la chica que no quiere que lleguen los domingos. Se abrazan y no saben cómo se hace de noche. No fue un domingo tan lento, pero ella se acuerda –con muchas malas palabras de por medio- de que tiene que escribir una redacción en tercera persona sobre su fin de semana. Empieza a escribir y su día se termina, para colmo se olvidó de ir a misa.